El libro

Mi nombre no es Rolando, y sin embargo lo soy. Aceptar lo que parece absurdo no es fácil, aunque debo ser honesto: ahora empiezo a recordar algunos detalles del pasado. No podía ser de otra forma, porque al leer aquellas supuestas anécdotas ajenas fui entendiendo la compleja trama. Sorprendido, temeroso, recibí aquél inesperado golpe. Entonces comprendí que tuve muchas profesiones, que hice cosas buenas y malas. Hice muchas cosas. Los recuerdos vienen a mí poco a poco, como vencidos guerreros que regresan a su hogar. Sucedió demasiado rápido, tal vez. Un día me despierto con la íntima necesidad de viajar a una ciudad a la que nunca había visitado. Apenas llegar a Barcelona, no bien respiré su aire, sentí que me era familiar, que había recorrido sus calles, que había llorado en ella, que más de una risa mía se perdió entre las rocas frías de su antiguo casco. Enseguida caminé rápido en busca de ese pasaje que no tiene salida. Pou d'el estanc. Una arcada abovedada en concreto. Dentro, la puerta de un edificio viejo. Unos pocos escalones hasta el primer piso y ahí estoy, tocando el timbre. Un niño me abre la puerta y no lo dejo ni decir hola. Entro, voy hasta el final del pasillo y en la última habitación, la que da a la calle, hay un hueco en el zócalo de madera. Retiro despacio parte del zócalo y descubro el compartimiento secreto. Introduzco mi mano inequívoca y lo saco. Un libro viejo, de tapas duras y rojas. El niño me mira, aterrado. Abro el libro y leo la primera página. Abril, 1770. Tu nombre es Rolando, y por algún error de la naturaleza, del cosmos, eres conciente del paso honorable. Ya no estás en el tiempo sino que Tu eres el tiempo, querido Rolando. Ahora sólo toca dejarse llevar, buscar en tus tripas, en tu instinto, para terminar de comprender. Recién cuando acabé de leer aquella frase me percaté que estaba escrita en francés, lengua que desconozco por completo. Fui hasta el final del libro. Agosto, 1975. Si estás leyendo esto, Rolando, eres el siguiente, a ti te dejo... Esta vez la escritura estaba en español. Por lo demás, el libro contenía numerosas entradas con fechas, fotografías y dibujos. ¿Por qué había viajado desde Buenos Aires a Barcelona? ¿Qué hacía en ese departamento, asustando a un pobre niño? Las respuestas no importaban, una sensación todavía más extraña que aquellas preguntas me tenía perplejo: estaba convencido que aquel libro era mío; incluso, sabía con seguridad que todo eso lo había escrito yo.
Entonces llegaron los recuerdos.

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